CAMBIO
CLIMÁTICO: ALARMA EN LA AMAZONÍA
Francois
Houtart
En lima se llevó a
cabo la última reunión preparatoria a la conferencia de parís sobre el clima
2015.
Los efectos son
evidentes con la modificación de las lluvias y prolongación de la estación
seca. En la selva ecuatoriana hay 1.000 piscinas de desechos de crudo que dejó
la compañía Chevron-Texaco.
François Houtart. Profesor en el Instituto de Altos Estudios Nacionales
(I.A.E.N.), Ecuador.
El Telégrafo (Sociedad), miércoles 7 de enero de 2015.
En Lima, las Naciones Unidas realizó en diciembre pasado la última
reunión preparatoria a la Conferencia de París sobre el Clima de 2015. Hubo
varias referencias a la selva amazónica y también, en margen del encuentro
oficial, se organizó un Tribunal de Opinión sobre El Derecho de la Naturaleza,
que tocó también el tema.
El problema climático es bastante simple. Al mismo tiempo que las
actividades humanas producen más gases invernadero, se destruyen los pozos de
carbono, es decir, los lugares naturales de absorción de estos gases, las
selvas y los océanos. El resultado es que el planeta no puede regenerarse
plenamente y que ya necesitamos un planeta y medio para la restauración de la
naturaleza, pero tenemos solamente uno.
Tres grandes lugares del mundo tienen reservas forestales importantes
reguladoras de los ecosistemas regionales: Asia del Sur-Este (Malasia e
Indonesia), África Central (Congo) y Amazonía. El primero ya ha
desaparecido, prácticamente. Malasia e Indonesia han destruido más de 80% de
sus selvas originarias para la plantación de palma africana y eucalipto.
En el Congo, las guerras habían parado la explotación de madera y la
extracción minera, pero estas actividades se renovaron durante los 10 últimos
años. La Amazonía está en pleno proceso de degradación. El papa Francisco,
quien prepara una encíclica sobre los problemas climáticos, llamó a la
destrucción de la selva tropical un pecado.
Las funciones
geológicas de la selva amazónica
Con 4 millones de km2, en 9 países, ella almacena un total de 109.660
millones de toneladas de CO2, es decir, el 50% del CO2 en los bosques
tropicales del planeta. Un total de 33 millones de personas viven en esta
región y entre ellas 400 pueblos indígenas.
El estudio O Futuro Climático da Amazõnia – Relatorio de Avaliação
científica, del científico brasileño, Antonio Donato Nobre, describe las
funciones de la selva amazónica. Él recogió los estudios hechos en Brasil. La
historia geológica de la Amazonía es muy anciana. Se tomaron decenas de
millones de años para construir la base de la biodiversidad de la selva que
estableció esta última como ‘máquina de regulación ambiental’ de alta
complejidad. Se trata de “un océano verde” en relación con el océano gaseoso de
la atmósfera (agua, gases, energía) y con el océano azul de los mares, dice el
autor.
Las principales funciones son 5. Primero, la selva mantiene la humedad
del aire, permitiendo lluvias en lugares lejos de los océanos gracias a la
transpiración de los árboles. En segundo lugar, las lluvias abundantes ayudan a
conservar un aire limpio. Tercero, se conserva un ciclo hidrológico benéfico
aún en circunstancias adversas porque la selva aspira el aire húmedo de los
océanos hacia dentro, manteniendo lluvias en cualquier circunstancia.
La cuarta función es la exportación del agua por los ríos en grandes
distancias, impidiendo la desertificación, especialmente, al este de la
cordillera. Finalmente, ella evita fenómenos climáticos extremos gracias a la
densidad forestal, que impiden tempestades alimentadas por el vapor de agua.
Por eso se debe defender esta riqueza natural excepcional.
La degradación
de la selva
Los efectos de la degradación actual de la selva amazónica son visibles:
reducción de la transpiración, modificación de las lluvias, prolongación de la
estación seca. Solamente en Brasil hubo en 2013 una deforestación de 763.000
km2, es decir 3 veces el Estado de São Paulo o 21 veces Bélgica, o también 184
millones de campos de fútbol.
Se estima que una disminución de 40% de la selva significaría el inicio
de un proceso de transición hacia la sabana. Actualmente un 20% ha sido
destruido y otro 20% está afectado. Según la Organización de las Naciones
Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), si la evolución sigue
igual, dentro de 40 años no habrá más selva amazónica sino una sabana con
algunos bosques.
Por esta razón, el autor del estudio, propone una restauración de la
selva destruida, una difusión de los conocimientos para alimentar la opinión
pública y decisiones urgentes de los dirigentes políticos.
¿Pero, de hecho, qué constatamos? Todos los países que poseen en su
territorio una parte de la selva amazónica tienen ‘buenas razones’ para
utilizarla. En los países neo-liberales hay la idea de explotar recursos
naturales que deben contribuir a la acumulación del capital.
En países ‘progresistas’ los argumentos son diferentes: se necesita
extraer las riquezas naturales y promover la exportación agrícola para
financiar las políticas sociales; y en regímenes social-demócratas se nota en
el discurso político una mezcla de los 2 argumentos. Pero, cualquiera que sea
el discurso, el resultado es el mismo.
Al oeste de la Amazonía es la explotación petrolera que avanza en la
selva. Basta visitar una región como el Putumayo colombiano para observar los
daños enormes, solamente, en la fase de exploración. El presidente de VETRA,
empresa petrolera canadiense, Humberto Calderón Berti, afirmó en 2014, que a
pesar de las dificultades (baja del precio del crudo, oposición de la
población, actividades guerrilleras), no se irán del Amazonas, “pues es un mar
de petróleo que va desde el alto de La Macarena y pasa por el Ecuador y el
Perú”. Actualmente la compañía extrae 23.000 barriles diarios en el Putumayo
colombiano.
En Venezuela, nuevos yacimientos esperan su explotación para contribuir
a la política de solidaridad del ALBA. En Ecuador el proyecto profético del
Yasuní está abandonado a causa de la falta de apoyo internacional y también de
la presión de intereses locales y la frontera petrolera sigue avanzando.
En el Perú y en Bolivia, los pozos de petróleo y de gas se multiplican.
En todas partes, desechos continúan a contaminar las aguas y los suelos, por
negligencias culpables, como en el caso de Chevron (antigua TEXACO) en Ecuador,
por accidentes de explotación o de transporte o solo porque las tecnologías
limpias son demasiado costosas.
Por ejemplo, en Ecuador, son más de 16.000 millones de galones de agua
contaminada que fueron enviados por TEXACO a los ríos de la Amazonía. Unas
1.000 piscinas de desechos no dejan de filtrar crudo en los suelos, luego de 30
años de la salida de la compañía. En 1993, 30.000 ecuatorianos afectados
presentaron en Nueva York un reclamo judicial. Se trata de una catástrofe más
grande que los derrames de los últimos años en los mares.
En Loreto, en Perú, el derrame total fue de 2’637.000 barriles (353.000
toneladas). En 1979 fue de 287.000 toneladas (10 veces más que la catástrofe
del Exxon Valdez). Hubo afectaciones prácticamente irreversibles, tomando
siglos para una rehabilitación. Metales pesados, cadmio, arsénico, plomo, etc.,
superaron 322 veces los límites máximos permitidos.
El estado de emergencia se declaró: 100 comunidades resultaron
afectadas, más de 20.000 personas, sin hablar de las consecuencias sanitarias
(cánceres, mutaciones genéticas, abortos) y socio-culturales. En el mismo país,
en 2009, se movilizaron miles de personas en Bagua contra los proyectos
extractivos destruyendo los bosques y los ríos, y hubo en la Curva del Diablo,
53 muertos y 200 heridos. Las empresas Maurel y Prom-Pacific Rubiales Energy
han recibido una extensión de 658’879.677 hectáreas en concesión.
Al este son las minas que comen grandes espacios de la selva. En el
estado de Para, en el norte del Brasil, la empresa Vale ha recibido una
concesión de más de 600.000 hectáreas y las explotaciones de minas de cobre y
de oro se añaden a las de hierro, transformando grandes superficies en paisajes
lunares. La actividad minera se encuentra también en varias regiones del oeste
y del centro.
Así, en el Perú, en la Cordillera del Cóndor, la empresa canadiense
Afrodita recortó una parte del parque Ichigkat Muja para actividades de
minería. En el lado ecuatoriano, la mina Cóndor-Mirador se encuentra en
conflictos con las comunidades indígenas, por falta de precaución ambiental y
de estudios de impactos.
Desde el sur suben los monocultivos de soja y de palma, en grandes
rectángulos que, vistos desde el avión, aparecen como heridas abiertas en el
paisaje. El código forestal brasileño explica en su introducción, que el país
quiere favorecer la ‘agricultura moderna’, es decir, industrial. El ‘rey de la
soja’ es el gobernador del Estado de Mato Grosso.
Las represas hidroeléctricas ocupan, principalmente, el centro de la
selva amazónica, inundando decenas de miles de hectáreas de tierra forestal. En
Brasil, la represa de Itaipú tiene un lago artificial de 200 km de largo,
cubriendo un área de 1.400 km2. En el proyecto del río Madeira en el estado de
Rondonia, 10.000 personas fueron desalojadas de su hogar. La hidroeléctrica
Belo Monte, sobre el río Xingú inundó 500 km2, afectando 40.000 familias y sin
consulta previa. El embalse de Balbina, durante los tres primeros años de su
existencia ha emitido 23.750 toneladas de CO2 y 140.000 toneladas de metano.
A pesar de las medidas gubernamentales, la explotación legal o ilegal de
la madera, sigue agresiva. Los incendios, accidentales o provocados destruyen
grandes espacios de la selva. Obras públicas de carreteras, pipelines,
ferrocarriles, transporte fluvial, contribuyen también a la destrucción
ecológica.
En medio de esta problemática ambiental, se encuentran millones de seres
humanos afectados por la transformación de sus medios de vida, por la expulsión
de sus tierras ancestrales, por la colonización de sus territorios y por la
criminalización de sus protestas. Numerosas especies vivas, animales y
vegetales, pagan también el precio de este ‘progreso de civilización’.
Los olvidos del
discurso oficial
En los discursos oficiales no se oye hablar mucho de los costes de estas
políticas, es decir, de los millones de toneladas de CO2 enviadas a la atmósfera,
ni del tipo de uso que se hace de los minerales extraídos o de los productos de
la agricultura industrial.
Se trata de oro que en gran parte termina en las bodegas de los bancos
para garantizar el sistema financiero; hierro para fabricar armamentos; soja
para alimentar el ganado, que a su vez produce más gases invernadero que el
transporte, etc. De verdad, la primera responsabilidad está en el norte, pero
la reproducción del mismo modelo de producir y de consumir tiene las mismas
consecuencias y eso no es en primera instancia un problema moral o político,
sino matemático.
Qué soluciones
Evidentemente, no se trata de hacer de la Amazonía un jardín zoológico
ni de transformar los pueblos indígenas en objetos de museo, sino de adoptar
una visión holística de la situación, es decir, no segmentar lo real,
permitiendo una cierta lógica de crecimiento económico de proveer la única
referencia, olvidando las externalidades ambientales y sociales o perseguir
políticas a corto plazo que obliteran el futuro. Eso puede traducirse en
medidas muy concretas.
No se trata tampoco, para los países latino-americanos, de perder su
soberanía y dejar otras potencias imponer regulaciones en función de sus
intereses, sino para que los dirigentes políticos tomen juntos medidas positivas
de salvación de la selva amazónica en colaboración con los pueblos concernidos.
Unasur podría ser el lugar de colaboración institucional para realizar esta
tarea urgente.
La crisis que afecta la región con una baja de los precios del petróleo
y de otras commodities, puede ser la ocasión para tomar iniciativas. Los países
que lo harán pasarán a la historia como visionarios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario