SAN ROMERO DE AMÉRICA, Adolfo Pérez Esquivel.
Adolfo Pérez
Esquivel, Premio Nobel de la Paz.
Marzo de 2015
Los mártires son semillas de
vida que siembran la esperanza y fortalecen los caminos de la fe. Ellos han
fecundado el continente de la Tierra Fecunda - “Abya Yala”- por la fuerza de la
palabra profética y el testimonio de vida de quienes tuvieron el coraje y la fe
de caminar junto a la Iglesia Pueblo de Dios. Sus voces se alzaron en todo el
continente y el mundo. Asi fue en el país hermano de El Salvador, sometido a la
violencia con más de 70 mil muertos, exiliados y perseguidos. De ese dolor
surgió una voz que fue guía y esperanza, denunciando la violencia y reclamando
el respeto a la vida y dignidad del pueblo sometido a la guerra civil y la
dictadura militar.
Fue la voz de Monseñor Oscar
Arnulfo Romero, quien vive la conversión del corazón y abraza el camino de la
Cruz como señala San Pablo: “para algunos es locura, para otros es vida y
redención.”
Romero soportó muchas
incomprensiones dentro de la misma iglesia, su voz, sus reclamos y denuncias no
quisieron ser oídas en el Vaticano; hubo corrientes ideológicas y mala
información sobre lo que ocurría en El Salvador. El simplismo conceptual y
político redujo todo a la polarización Este-Oeste, entre el capitalismo y el
comunismo, basado en la Doctrina de la Seguridad Nacional imperante. Se
olvidaron de miles de hermanos y hermanas víctimas de la violencia. Romero
trató que el Vaticano lo escuche y ayude, pero salió angustiado y regresó a su
país con el dolor en el alma.
Algunos campesinos que lo
conocieron recuerdan que seguían las homilías de Monseñor Romero, sentían
necesidad de oír su palabra y cuando viajaban no necesitaban de la radio ya que
todos los vecinos las tenían encendidas y podían seguir la palabra del obispo
en el camino.
Monseñor sabía de las amenazas
que era objeto, pero la fuerza del Evangelio y su compromiso con el pueblo eran
parte de su propia vida; buscaba en la oración y en el silencio escuchar el
silencio de Dios, que le decía a su corazón, a su mente y espíritu.
Cuentan que unos periodistas
en marzo de 1980 decían que el obispo estaba en la raya, en el límite en la
mira de los militares y él presintiendo les contestó: “Sí, he sido
frecuentemente amenazado de muerte, pero debo decirles que como cristiano no
creo en la muerte sin resurrección. Si me matan, resucitaré en el pueblo
salvadoreño. Se lo digo sin ninguna jactancia, con la más grande humildad.
Ojalá, sí, se convencieran de que perderán su tiempo. Un obispo morirá, pero la
iglesia de Dios, que es el pueblo, no perecerá jamás”
Ese 23 de marzo en la
Catedral, Monseñor Romero habló de un comité de ayuda humanitaria. Criticó “el
Estado de Sitio y la desinformación a la que nos tienen sometidos” y señaló las
muertes de la semana: 140 asesinatos… “Lo menos que se puede decir es que el
país está viviendo una etapa pre-revolucionaria”. Seguidamente tomó impulso en
su homilía y dijo:…”Yo quisiera hacer un llamamiento de manera especial a los
hombres del ejército, y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la
Policía, de los cuarteles: “Hermanos son de nuestro mismo pueblo, matan a sus
mismos hermanos campesinos! Y ante una orden de matar que dé un hombre debe
prevalecer la ley de Dios que dice “¡No matar!”…Ningún soldado está obligado a
obedecer una ord en contra la ley de Dios. Una ley inmoral nadie tiene que
cumplirla. Ya es tiempo que recuperen su conciencia y obedezcan antes a su
conciencia que a la orden del pecado. La iglesia defensora de los derechos de
Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante
tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven
las reformas, si van teñidas de tanta sangre…
“En nombre de Dios, y en
nombre de éste sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más
tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios:
¡Cese la represión!”
La voz de Monseñor Romero se
hizo escuchar con claridad a pesar de todos los inconvenientes e interferencia
radial y en los equipos: “La iglesia predica la liberación”… “La catedral
estalló en aplausos, el pueblo emocionado sentía el clamor de sus corazones”.
-así lo relatan Jacinto Bustillo y Felipe Pick-.
Necesitaba profundamente del
silencio y la oración, de buscar en su interior la palabra de Dios para que lo
ayude a acompañar y escuchar a su pueblo, sufriente y esperanzado.
Muchos mártires sembraron sus
vidas en tierra salvadoreña, entre ellos hay sacerdotes, religiosas y laicos
comprometidos en las comunidades de base, en reclamar el derecho de vivir sin
violencia y alcanzar la Paz.
Han pasado muchos años y el
Santo de América, Oscar Romero ilumina el caminar de la Iglesia, su palabra y
testimonio de vida es luz del Espíritu, como dice en la Noche Buena de 1979:
“El país está pariendo una nueva edad y por eso hay dolor y angustia, hay
sangre y sufrimiento. Pero como en el parto, dice Jesús, a la mujer le llega la
hora de sufrir, pero cuando ha nacido el nuevo hombre, ya se olvidó de todos
los dolores.
Pasarán estos sufrimientos. La
alegría que nos quedará será que en ésta hora de parto fuimos cristianos,
vivimos aferrados a la fe en Cristo, y eso no nos dejó sucumbir en el
pesimismo. Lo que ahora parece insoluble, callejón sin salida, ya Dios lo está
marcando con una esperanza. Esta noche es para vivir el optimismo de que no
sabemos por dónde, pero Dios sacará a flote a nuestra patria y en la nueva hora
siempre estará brillando la gran noticia de Cristo”.
El Papa Francisco buscó con
justicia reparar del olvido al mártir y profeta y restablecer el testimonio de
Monseñor Romero, luz de la Iglesia latinoamericana Pueblo de Dios que reconoce
a sus profetas que inspiran y muestran el camino de la fe y la esperanza.
Así se va pariendo
el espíritu de vida del Hombre Nuevo.
Vienen a mi memoria, hermanos
de caminada en el continente de la Tierra Fecunda que están presentes en la
vida de los pueblos, son las voces proféticas de la Iglesia de nuestro tiempo,
en Ecuador la voz de Monseñor Leonidas Proaño, Obispo de Riobamba; en Chiapas y
Cuernavaca , en México, las voces de los obispos Samuel Ruiz y Sergio Méndez
Arceo, en Brasil voces proféticas como las de Don Helder Cámara , Arzobispo de
Olida y Recife; el Cardenal de Sao Paulo, Don Pablo Evaristo Arns; Don Pedro
Casaldáliga de Sao Felix de Araguaya, Tomás Balduino de Goias, Antonio Fragoso
de Crateus, teólogos como Leonardo Boff y Fray Betto; en Nicaragua Ernesto
Cardenal, en Chile, el Cardenal Silva Enriquez y en Bolivia, Jorge Manrique en
la Paz. En Argentina la voz del mártir de los llanos riojanos, Monseñor Enriq
ue Angelelli, y sus sacerdotes Carlos Murias y Gabriel Longeville; los obispos
Jaime de Nevares de Neuquén, Jorge Novak de Quilmes y Miguel Hesayne de Viedma,
sacerdotes, religiosas y laicos comprometidos desde la fe con el pueblo, el
martirologio de las hermanas misioneras francesas y los Palotinos, y tantos
otros que son como los ríos subterráneos que emergen con fuerza a la superficie
y cambian la realidad iluminando la vida y la esperanza.
Otros hermanos y hermanas
marcaron el mismo caminar en la fe desde la diversidad, de otras vertientes
religiosas como la Iglesia Evangélica Metodista, con los obispos Federico
Pagura, Carlos Gattinoni y Aldo Etchegoyen y sus mártires, la Iglesia Luterana
con su compromiso con los más necesitados. El rabino Marshall Mayer, en defensa
de los derechos humanos.
Necesitamos seguir las huellas
de quienes nos precedieron en los caminos de esperanza, de luchas desde la fe
en el reencuentro de la gran familia humana.
Varios de los hermanos
mencionados fueron firmantes del Pacto de las Catacumbas en Roma en 1965 al
finalizar Vaticano II donde fueron convocados por Dom Helder Cámara, y
renovaron su compromiso de vivir el Evangelio junto a los pobres.
El Espíritu del Señor está
presente en la vida y memoria, San Romero de América camina junto a los pueblos
de nuestro continente.
Publicado por Carismatico Ec para IGLESIA DE A PIE - Ecuador por la paz y la reivindicación el
3/25/2015 12:30:00 a. m.
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